Saboreando su bock en la penumbra
de un lejano rincón de la taberna,
en actitud hierática medita
Gluck, el valiente domador de fieras.
Elevan su jubón de terciopelo
(que acaba de lucir sobre la arena)
el pectoral que en arco se levanta
y sus bíceps magníficos de atleta.
Todo se aduerme en la desierta sala;
en los vidrios, la nieve parlotea;
y lentamente van llegando, y tristes,
las doce campanadas de una iglesia.
-Tabernero, mi bock está vacío;
acercad, otro jarro de cerveza,
y también para vos traed un poco,
que así podréis ahuyentar las penas,
¿ Sin duda no sabéis lo que me ocurre?.
Mi querida Judith está hoy enferma.
-Esa Judith, ¿ acaso es vuestra essposa?.
-Es aún más, Judith es mi pantera..
Se hirió una mano ayer la pobrecilla,
y sin descanso, de dolor se queja;
en cuanto me ve, llega lamiéndose
y ya me parte el corazón el verla.
-¿ Pero como es que vos, acostumbrrado
a tratar con rigor....? –vuestra sorpresa
es natural, pero es porque ignoráis
que no es Judith como las otras fieras.
Oíd: Cuando, viajero por el áfrica,
regresaba una noche hacía mi tienda,
encontré abandonada en un oasis
la pequeña Judith, que andaba apenas.
Se acercó despacito hasta mis manos
y me lamía cariñosa y tierna;
yo le di de comer y, acurrucada,
la hice dormir sobre mi piel de oveja.
Me acuerdo que roncaba tenuemente
¡ la perezosa! con fruición inmensa,
y que en la sombra resaltaba el cuerpo,
cual un manojo de brillante seda.
Yo la he visto crecer, y desde entonces,
a sido para mí siempre tan buena,
y que si alegre estoy, también se alegra.
Y me acaricia si me mira triste.
En el circo, jamás a trabajado...
pero.... traed un poco de cerveza;
me duele el corazón cuando recuerdo
que está la pobrecilla tan enferma.
Por su salud bebamos, tabernero.
-Muy bien. por su salud y por la vvuestra.
(A gran distancia el bulevar murmura
y en los vidrios la nieve parlotea).
-¿ Conocisteis a Myriam, taberneroo?
-¡ Claro que sí! la pálida morena<
que con vos trabaja en vuestro circo.
Ninguno la igualo para la cuerda.
-Es verdad. en un tiempo nos amamoos,
y Judith siempre se mostraba inquieta.
Una noche sentí sobre mi cuello
dos manos poderosas...- ¿la pantera?
-Era Jack, el payaso, que con Myriiam
intentaba fugarse de mi tienda;
pero Judith se abalanzó al instante,
y de un zarpazo lo arrojó hasta afuera.
Ni caricias bastaron, ni rigores
para ganar de nuevo a la perversa,
y he llegado a saber que es imposible.
Pero traed un poco de cerveza.
Después... era una noche de verano;
trabajaba en un barrio de una aldea,
estando yo en la pista oía gemidos
y corrí hasta la jaula de las fieras.
Allí estaba Judith:¡ la piel, hirsuta,
las pupilas, brillantes y siniestras!.
¡ Entre sus garras Jack, despedazado,
y sólo Myriam se quejaba apenas!.
Tabernero, mi jarro esta vacío;
(...Quedó pensativo y en silencio,
Gluck, el valiente domador de fieras).