Manuel Maria Flores, Nacido en San Andrés Chalchicomula, Puebla, escritor y poeta que estudió filosofía en el colegio de San Juan de Letrán, abandonó en 1859 para combatir en la Guerra de Reforma del lado del Partido Liberal. Durante la Segunda Intervención Francesa en México fue hecho prisionero en Perote. Al ser liberado en 1867 fue electo diputado, y se unió al grupo de escritores de Ignacio Manuel Altamirano. Fue amigo de Manuel Acuña, con quien publicó poemas. Se relacionó con Rosario de la Peña, por quien se dice, Manuel Acuña se suicidó.
.Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_María_Flores
ADIOS
Adiós para siempre, mitad de mi vida,
un alma tan sólo teníamos los dos;
mas hoy es preciso que esta alma divida
la amarga palabra del último adiós.
¿Por qué nos separan? ¿No saben acaso
que pasa la vida cual pasa la flor?
cruzamos el mundo como aves de paso...
mañana la tumba, ¿por qué hoy el dolor?
¿La dicha secreta de dos que se adoran
enoja a los cielos, y es fuerza sufrir?
¿Tan sólo son gratas las almas que lloran
al torvo destino?... ¿La ley es morir?...
¿Quién es el destino?... Te arroja a mis brazos,
en mi alma te imprime, te infunde en mi ser,
y bárbaro luego me arranca a pedazos
el alma y la vida contigo... ¿por qué?
Adiós... es preciso. No llores... y parte.
La dicha de vernos nos quitan no más;
pero un solo instante dejar de adorarte,
hacer que te olvide, ¿lo pueden? ¡Jamas!
Con lazos eternos nos hemos unido;
en vano el destino nos hiere a los dos...
¡las almas que se aman no tienen olvido,
no tienen ausencia, no tiene adiós!
Como al ara de Dios llega el creyente,
trémulo el labio al exhalar el ruego,
turbado el corazón, baja la frente,
así, mujer, a tu presencia llego.
¡No de mí apartes tus divinos ojos!
Pálida está mi frente de dolores;
¿para qué castigar con tus enojos
al que es tan infeliz con tus amores?
Soy un esclavo que a tus pies se humilla
y suplicante tu piedad reclama,
que con las manos juntas se arrodilla
para decir con miedo. . . que te ama!
¡Te ama! Y el alma que el amor bendice,
tiembla al sentirle como débil hoja.
¡Te ama! y el corazón cuando lo dice
en yo no se qué lagrimas se moja.
¡Perdóname este amor! A mí ha venido
como la luz a la pupila abierta,
como viene la música al oído,
como la vida a la esperanza muerta.
Fue una chispa de tu alma desprendida
en el beso de luz de tu mirada
que al abrazar mi corazón en vida
dejó mi alma a la tuya desposada.
Y este amor es el aire que respiro,
ilusión imposible que atesoro
inefable palabra que suspiro
y dulcísima lágrima que lloro.
Es el ángel espléndido y risueño
que con sus alas en mi frente toca,
y que deja - ¡perdóname, es un sueño!
El beso de los cielos en mi boca.
Mujer, mujer . . . mi corazón de fuego
de amor no sabe la palabra santa,
pero palpita en el supremo ruego
que vengo a sollozar ante tu planta.
¿No sabes que por sólo las delicias
de oír el canto que tu voz encierra,
cambiara yo, dichoso, las caricias
de todas las mujeres de la tierra?
¿Que por seguir tu sombra, mi María,
sellando el labio a la importuna queja,
de lágrimas y besos cubriría
la leve huella que tu planta deja?
¿Que por oír en cariñoso acento
mi pobre nombre entre tus labios rojos,
para escucharte detendré mi aliento,
para mirarte me pondré de hinojos?
¿Que por sentir en mi dichosa frente
tu dulce labio con pasión impreso,
te diera yo, con mi vivir presente,
toda mi eternidad . . . por sólo un beso?
Pero si tanto amor, delirio tanto,
tanta ternura ante mis pies traída,
empapada con gotas de mi llanto,
formada con la esencia de mi vida;
si este grito de amor, íntimo, ardiente,
no llega a ti . . . si mi pasión es loca,
perdona los delirios de mi mente,
perdona las palabras de mi boca.
Y ya no más mi ruego sollozante
irá a turbar tu indiferente calma . . .
Pero mi amor hasta el postrer instante
te daré con las lágrimas del alma.
Virgen del infortunio, doliente Madre mía,
en busca del consuelo me postro ante tu altar.
Mi espíritu está triste, mi vida está sombría,
pasaron sobre mi alma las olas del pesar.
Estoy en desamparo, no tengo quien me acoja;
hay horas en mi vida de bárbara aflicción,
y solo... siempre solo,, no tengo quien recoja
las lágrimas secretas que llora el corazón.
Es cierto que del mundo en la corriente impura
cayeron deshojadas las rosas de mi fe,
que en pos de mis fantasmas de juvenil locura
corriendo delirante, Señora, te olvidé.
Que me cegó el orgullo satánico del hombre,
y en mi ánima turbada la duda pentró;
y se olvidó mi labio de pronunciar tu nombre,
y de mi mente loca tu imagen se borró.
Es cierto... ¡pero escucha!... de niño te adoraba,
al pie de tus altares mi madre me llevó...
Llorando, arrodillada, la historia me cantaba,
del Gólgota tremendo cuando Jesús murió.
Y vi sobre su rostro la angustia y el quebranto,
caía sobre tu frente la sombra de una cruz,
tus lágrimas rodaban y negro era tu manto...
todo de un cirio pálido a la siniestra luz.
Entonces era niño, no comprendí tu duelo;
pero te amé, Señora, ¡tú sabes que te amé!
que dulce inmaculado, alzábase hasta el cielo
el infantil acento de mi sencilla fe.
Por esa fe de niño, por el ardiente ruego
que al lado de mi madre con ella repetí,
¡virgen del infortunio, cuando a tus plantas llego,
virgen del infortunio, apiádate de mí!
Tú miras, reina augusta, la senda que cruzamos;
con llanto la regaron generaciones cien,
a nuestra vez nosotros con llanto la regamos,
y las que vienen luego la regarán también.
A nuestro paso vamos dejando en sus abrojos
pedazos palpitantes del roto corazón;
y andamos... y andamos... y no hallan nuestros ojos
ni tregua a la jornada, ni tregua a la aflicción.
Mas tú eres la esperanza, la luz y el consuelo,
tus ojos levantados suplican al Señor,
tus manos están juntas en dirección al cielo...
tú ruegas por nosotros, ¡oh, madre del dolor!
En busca de consuelo yo vengo a tus altares
con alma entristecida y amargo corazón;
y pongo ante tus ojos, Señora, mis pesares,
y en lágrimas se baña la voz de mi oración.
No mires que olvidando tu imagen y tu nombre
al viento de este mundo mis creencias arrojé.
Acuérdate del niño y olvídate del hombre...
mi frente está en el polvo... perdóname... pequé.
¡Oh! por mi fe de niño, por el ferviente ruego,
que al lado de mi madre con ella repetí,
Virgen de los Dolores, cuando a tus plantas llego,
Virgen de los Dolores, ¡apiádate de mí!
Anoche te soñaba, vida mía,
estaba solo y triste en mi aposento,
escribía... no sé qué; mas era algo
de ternura, de amor, de sentimiento.
Porque pensaba en ti. Quizás buscaba
la palabra más fiel para decirte
la infinita pasión con que te amaba.
De pronto, silenciosa,
una figura blanca y vaporosa
a mi lado llegó... Sentí en mi cuello
posarse dulcemente
un brazo cariñoso, y por mi frente
resbalar una trenza de cabello.
Sentí sobre mis labios
el puro soplo de un aliento blando,
alcé mis ojos y encontré los tuyos
que me estaban, dulcísimos, mirando.
Pero estaban tan cerca que sentía
en yo no sé que plácido desmayo
que en la luz inefable de su rayo
entraba toda tu alma hasta la mía.
Después, largo, süave
y rumoroso apenas, en mi frente
un beso melancólico imprimiste,
y con dulce sonrisa de tristeza
resbalando tu mano en mi cabeza
en voz baja, muy baja, me dijiste:
-"Me escribes y estás triste<
porque me crees ausente, pobre amigo;
pero ¿no sabes ya que eternamente
aunque lejos esté, vivo contigo?"
Y al despertar de tan hermoso sueño
sentí en mi corazón plácida calma;
y me dijiste: es verdad... ¡eternamente!...
¿cómo puede jamás estar ausente
la que vive inmortal dentro del alma?
Bésame con el beso de tu boca,
cariñosa mitad del alma mía;
un solo beso el corazón invoca,
que la dicha de dos... me mataría.
¡Un beso nada más!... Ya su perfume
en mi alma derramándose, la embriaga;
y mi alma por tu beso se consume
y por mis labios impacientes vaga.
¡Júntense con la tuya!... Ya no puedo
lejos tenerla de tus labios rojos...
¡Pronto!... ¡dame tus labios!... ¡tengo miedo
de ver tan cerca tus divinos ojos!
Hay un cielo, mujer, en tus abrazos;
siento de dicha el corazón opreso...
¡Oh! ¡Sosténme en la vida de tus brazos
para que no me mates con tu beso!