Poeta, político y escritor mexicano. Fue nombrado miembro numerario de la Academia Mexicana de la Lengua, ocupó la silla IX en mayo de 1908. Inició sus estudios en la Escuela de Agricultura, después pasó al Colegio de San Idelfonso y en 1867 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria. Se convirtió en el estudiante predilecto del pensador mexicano Ignacio Ramírez, "El Nigromante"; fue también alumno de Ignacio Manuel Altamirano. Al egresar de ese centro de estudios ingresó a la Escuela de Medicina donde establece gran amistad con Manuel Acuña, quien lo llegó a estimar al grado de llamarlo "hermano", no terminó su carrera y se dedicó a las letras. El libro que más fama le dio fue Cantos del hogar; se trata de una poesía intimista al estilo del español José Selgas. Tuvo la desgracia de sufrir el abandono de su mujer, que lo dejó con dos hijos pequeños, a los que crió y educó con dedicación.
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_de_Dios_Peza
A MEXICO
Allá del revuelto mar
Tras los secos arenales,
Donde sus limpios cristales
Las ondas van a estrellar,
Donde en lucha singular
Disputando a la Fortuna
Las ciudades una a una,
De sus guerreros el brío,
Mostraron su poderío
La cruz y la media luna;
En esa tierra encantada,
Que esconde, en perpetuo Abril,
Las lágrimas de Boabdil
En las vegas de Granada;
Donde el ave enamorada
Repite entre los vergeles
El canto de los gomeles,
Y cuelga su frágil nido
Del minarete prendido
Entre ojivas y caireles;
Donde soñados ultrajes
Vengaron fieros zegríes,
Regando los alelíes,
Con sangre de abencerrajes;
donde entre muros de encajes
Y torres de filigrana,
Lloró la hermosa sultana
Amorosos sentimientos
A los rítmicos acentos
De una trova castellana;
Allá donde nueva luz
Alumbró, limpia y serena,
Sobre la morisca almena
El símbolo de la cruz;
En ese suelo andaluz,
Cuyos cármenes hollando,
Y en otro mundo soñando,
Cruzaron en su corcel
La magnánima Isabel
Y el católico Fernando.
En esa región que encierra
Tantos recuerdos de gloria;
En ese altar de la Historia;
En ese edén de la tierra;
No el azote de la guerra
Infunde duelo y pavor,
Ni causa fiero dolor
Que mira asombrado el mundo
El negro contagio inmundo;
Allí otra plaga mayor.
Surgen allí tempestades
Del suelo entre las entrañas,
Y vacilan las montañas,
Y se arrasan las ciudades
Escombros y soledades
Son el cortijo y la aldea;
La muerte se enseñorea,
Y, en medio de tanta ruina,
Se ve cual llama divina
La Caridad que flamea.
Con sordo bramido el duelo
Todo lo enluta y recorre;
Yace la maciza torre
En pedazos sobre el suelo.
Salvarse forma el anhelo
De los espantados seres,
Y hombres, niños y mujeres
Las crispadas manos juntan,
Y viendo al cielo preguntan.
"Dinos Dios, ¿por qué nos hieres?"
Recordando en sus delitos
las bíblicas amenazas,
Van por las calles y plazas
Confesándolos a gritos.
Los corazones precitos
Se niegan a palpitar
Y todos ven transformar
Al golpe del terremoto,
El abismo el verde soto,
Y en escombros el hogar.
Se abate el pesado muro
Que adornó silvestre yedra
Y brotan de cada piedra
Una oración y un conjuro.
No hay un asilo seguro;
Ciérnese el ángel del mal;
Cada fosa sepulcral
Abrese ante fuerza extraña,
Y parece que en España
Comienza el juicio final.
Y entre la nube sombría
Que el denso polvo levanta,
El coro terrible espanta
De los gritos de agonía.
Y entre aquella vocería,
Con rostro desencajado,
El padre busca espantado,
Con ayes desgarradores
El nido de sus amores,
Entre escombros sepultado.
Convulsa, pálida errante,
Sobre el suelo que se agita
La madre se precipita
Por la angustia delirante;
Vuela en pos del hijo amante;
El rostro al abismo asoma
Lo llama llorando, y toma
Por voz del hijo querido,
La que acompaña al crujido
De un techo que se desploma.
En repentina orfandad,
Trémulas las manos tienden
Los niños, que no comprenden
Su espantosa soledad.
Tan sólo la caridad
Velará después por ellos,
Curando con sus destellos
su miseria y su aflicción:
¡Cómo no amarlos, si son
Tan inocentes, tan bellos!
¿Qué pecho no se conmueve
Ante cuadro tan sombrío,
Que al corazón más bravío
A contemplar no se atreve?
Ante el infortunio aleve
¿Quién no es noble? ¿quién no es bueno?
¿Quién de piedad no está lleno,
Cuando es la virtud mayor,
Aun más que el propio dolor,
Sentir el dolor ajeno?
Manda ¡oh, noble patria mía!
La ofrenda de tus piedades
A las hoy tristes ciudades
De la hermosa Andalucía.
No es favor, es hidalguía;
Es deber, no vanidad.
Llamen otro Caridad
Estos óbolos del hombre,
Tienen nombre, sólo un nombre;
Se llaman Fraternidad.
Con tierno entusiasmo santo,
Mezcla ¡oh patria amante y buena!
Esa pena con tu pena,
Ese llanto con tu llanto.
Si al mirar ese quebranto,
Tu triste historia repasas,
Verás que angustias no escasas
Pasó, entre llantos prolijos,
Por amparar a tus hijos
Bartolomé de las Casas. Subir
ANOCHE SOÑANDO QUE TU ME QUERIAS
Anoche soñando que tú me querias
vi a un ángel del cielo tranquilo bajar,
y luego juntaba tu mano a las mías
y yo te miraba y tú me decías
"con todo mi pecho te voy a adorar".
¡Qué vas a adorarme! mentira, mentira
yo soy la desgracia, sin luz y sin fe...
y entonces el ángel solloza, suspira...
y al irse hasta el cielo, sonriendo te mira,
y luego... llorando de amor desperté.
BEBE
Cuenta Bebé dos meses no cumplidos,
pero burlando al tiempo y sus reveses,
como todos los niños bien nacidos
parece un señorón de 20 meses.
Rubio, y con ojos como dos luceros
lo vi con traje de color de grana
en un escaparate de Plateros
un domingo de Pascua en la mañana.
Iban conmigo Concha y Margarita
y al mirar las dos, ambas gritaron:
"¡Mira padre, qué cara tan bonita!"
y trémulas de gozo mi miraron.
¿Quién al ver que en sus hijas se subleva
la ambición de adueñarse de un muñeco,
no se siente vencido cuando lleva
dos duros en la bolsa del chaleco?
Ha vencido pensé: si está comprado,
y como es natural tiene otros dueños
mis hijas perderán el encantado
palacio de sus mágicos ensueños.
Pero movido el paternal cariño,
entré a la tienda a realizar su antojo,
y dije al vendedor: "Quiero ese niño
de crenchas blondas y vestido rojo".
Abrió entonces la alcoba de cristales
tomó a Bebé, lo puso entre mis manos,
y convirtió a mis hijas en rivales
porque el amor divide a los hermanos.
"Para mí" -Concha me gritó importuna,
"para mí" -me gritaba Margarita,
y yo les grité al fin: "para ninguna"
con la seca aridez de un cenobita.
Reinó un silencio entre las dos profundo,
y yo recordé entonces conturbado
este axioma tristísimo del mundo:
"Ser rival es odiar y ser odiado".
Y así pensé: no debo en corazones
que de la vida llaman a la puerta,
encender con el celo esas pasiones,
que el odio atiza y el rencor despierta.
La historia del amor con dos premisas,
iguala a la mujer y no os asombre;
¡Un muñeco en la edad de las sonrisas,
y en la edad de las lágrimas, un hombre!
Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.
La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡ No, no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas caballero.
¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que, si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
El tiempo los descubre y los publica,
Aquellos que juzgáronme felices
en amores; que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:
“Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares,
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser o muy vulgares.
Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
para poder decirte mis congojas,
con lágrimas mi carta escribiría.
Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
y hay que usar de otra tinta más obscura,
la negra escogeré, porque es la tinta
donde más se refleja mi amargura.
Aunque no soy para soñar esquiva
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir, y aún estoy viva;
Tengo ansias de vivir, y ya estoy muerta.
Me acosan del dolor fieros vestigios.
¡Que amargas son las lágrimas primeras!
Pesan sobre mi vida veinte siglos,
Y apenas cumplo veinte primaveras.
En esta horrible lucha en la que batallo,
Aun cuando de tu consuelo imploro,
Quiero decir que lloro y me lo callo,
Y más risueña estoy cuando más lloro.
¿Por qué te conocí? Cuando temblando
de pasión, sólo entonces no mentida,
me llegaste a decir: ¡ te estoy amando
con un amor que es vida de mi vida!
¿Qué te respondí yo? Bajé la frente;
triste y convulsa, te estreché la mano,
porque un amor que nace tan vehemente,
es natural que muera muy temprano.
Tus versos para mí conmovedores
Los juzgué flores puras divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden, menos las espinas.
Yo que, como mujer, soy vanidosa,
Me vi feliz creyéndome adorada,
sin ver que la ilusión es una rosa
que vive solamente una alborada.
Cuántos de los crepúsculos que admiras,
pasamos entre dulces vaguedades,
las verdades juzgándolas mentiras,
las mentiras creyéndolas verdades.
Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
Me imaginaba estar dentro de un cielo,
y al contemplar tus ojos y tu boca
tu misma sombra me causaba celo,
Al verme embelesada al escucharte,
clamaste,-aprovechando mi embeleso-,
“Déjame arrodillar para adorarte”,
y al verte de rodillas te di un beso.
Te besé con arrojo, no se asombre
un alma escrupulosa o timorata;
la insensatez no es culpa. Besé a un hombre,
porque toda pasión es insensata.
Debo confesar que un beso ardiente,
aunque robé la dicha y el sosiego.
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.
Cuando toque tus labios fue preciso
soñar que aquel placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.
Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.
¡ Cuántas promesas, Cuántos devaneos!
El grande amor con el desdén se paga;
toda llama que avivan los deseos,
pronto encuentra la nieve que la apaga.
Te quisiera culpar y no me atrevo;
es, después de gozar, justo el hastío;
yo, que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.
Me engañaste, y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre, en cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.
Pronto voy a morir; esa es mi suerte.
¿Quién se opone a las leyes del destino?
aunque es camino obscuro el de la muerte,
¿Quién no llega a cruzar, ese camino?
en él te encontraré; todo derrumba
el tiempo, y tú caerás bajo su peso:
tengo que devolverte en ultratumba
todo el mal que me diste con tu beso.
¿Mañana he de vivir en tu memoria?
en aquella región quizá sombría
mostrar a Dios podremos nuestra historia.
Adiós......Adiós......hasta el terrible día.
Leí estas líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando........
y sintiendo la noche en mi conciencia.
guardé la carta y me quedé llorando.
Juan, aquel militar de tres abriles,
que con gorra y fusil sueña en ser hombre,
y que ha sido en sus guerras infantiles
un glorioso heredero de mi nombre;
ayer, por tregua al belicoso juego,
dejando en un rincón la espada quieta,
tomó por voluntad, no a sangre y fuego,
mi mesa de escribir y mi gaveta.
Allí guardo un laurel, y viene al caso
repetir lo que saben mis testigos:
esa corona de oropel y raso
la debo, no a la gloria, a mis amigos.
Con sus manos pequeñas y traviesas,
desató el niño, de la verde guía,
el lazo tricolor en que hay impresas
frases que él no descifra todavía.
Con la atención de un ser que se emociona
miró las hojas con extraño gesto,
y poniendo en mis manos la corona,
me preguntó con intención: -"¿Qué es esto?"
-"Esto es -repuse- el lauro qque promete
la gloria al genio que en su luz inunda...
-"¿Y por qué lo tienes?";
-Por juguete,
le respondió mi convicción profunda.
Viendo la forma oval, pronto el objeto
descubre el niño, de la noble gala;
se la ciñe, faltándome al respeto
y hecho un héroe se aleja por la sala.
¡Qué hermosa dualidad! Gloria y cariño
con su inocente acción enlazó ufano,
pues con el lauro semejaba el niño
un diminuto emperador romano.
hasta creí que de su faz severa
irradiaban celestes resplandores,
y que anhelaba en su imperial litera
ir al Circo a buscar los gladiadores.
Con su nuevo disfraz quedé asombrado
(no extrañéis en un padre estos asombros),
y corrí por un trapo colorado
que puse y extendí sobre sus hombros.
Mirélo así con cándido embeleso,
me transformé en su esclavo humilde y rudo,
y -"¡Ave César!- le dije, dame un beso,
¡yo que muero de penas, te saludo!"
-"¿César?"- me preguntó lleno de susto
y yo sintiendo que su amor me abrasa,
-"¡César!" -le respondí-- "César Augusto
de mi honor, de mi honra y de mi casa"
Quitéle el manto, le volví la espada,
recogí mi corona de poeta,
y la guardé, deshecha y empolvada,
en el fondo sin luz de mi gaveta.
Vamos, Margot, repíteme esa historia
que estabas refiriéndole a María,
ya vi que te la sabes de memoria
y debes enseñármela, hija mía.
-La sé porque yo misma la compuse..
-¿Y así no me la dices? Anda, ingrrata.
-¡Tengo compuestas diez! -¡Cómo! rrepuse,
¿Te has vuelto a los seis años literata?
-¡No, literata no! pero hago cuenttos...
-No temas que tal gusto te reprochhe.
-Al ver a mis hermanos tan contenttos
yo les compongo un cuento en cada noche.
-¿Y cómo dice el que contando estaabas?
-Es muy triste, papá, ¿qué no lo ooíste?
-Sólo oí que lloraban y llorabas.<
-¡Ah! sí, todos lloramos; ¡es muy triste!
Imagínate un niño abandonado
de grandes ojos de viveza llenos,
rubio, risueño, gordo y colorado
-Como mi hermano Juan, ni más ni mmenos.
Figúrate una noche larga y fría,
de muda soledad, sin luz alguna,
y ese niño muriendo, en agonía,
encima de la acera, no en la cuna.
-¿En las heladas lozas?
-Sí, en la acera.
Es decir, en la calle...
¡Qué amargura!
-Hubo alguien que pasando lo creyeera
un olvidado cesto de basura.
Yo pasaba, lo vi, bajé mis brazos
queriendo darle maternal abrigo
y envuelto en un pañal hecho pedazos
lo alcé a mi pecho y lo llevé conmigo.
Lloraba tanto y tanto el angelito
que ya estaban sus párpados muy rojos...
y a cada nueva queja, a cada grito
el alma me sacaba por los ojos.
Me lo llevé a mi cama: entre plumones
lo hice dormir caliente y sosegado...
¡Cómo hubo en este mundo corazones
capaces de dejarlo abandonado!
¡Ay! yo sé por mi libro de lectura
que estudio en mis mayores regocijos,
que ni los tigres en la selva oscura
dejan abandonados a sus hijos.
¡Pobrecito! yo sé su mal profundo,
le curo como madre toda pena;
parece que este niño en este mundo
no es hijo de mujer sino de hiena.
De mi colchón en el caliente hueco
duerme para que en lágrimas no estalle;
y llorando Margot, mostró el muñeco
que en cierta noche se encontró en la calle.
En cada corazón arde una llama,
si aún vive la ilusión y amor impera,
pero en mi corazón desde que te ama
sin que viva ilusión, arde una hoguera.
Oye esta confesión; te amo con miedo,
con el miedo del alma a tu hermosura,
y te traigo a mis sueños y no puedo
llevarte más allá de mi amargura.
¿Sabes lo que es vivir como yo vivo?
¿Sabes lo que es llorar sin fe ni calma?
¿Mientras se muere el corazón cautivo
y en la cruz del dolor expira el alma?
Eres al corazón lo que a las ruinas
son los rayos del sol esplendoroso,
donde el reptil se arropa en las esquinas
y se avergüenza el sol del ser hermoso.
Nunca podrás amarme aunque yo quiera,
porque lo exige así mi suerte impía,
y si esa misma suerte nos uniera
tú fueras desgraciada por ser mía.
Deja que te contemple y que te adore,
y que escuche tu voz y que te admire,
aunque al decirte adiós, con risas llore,
y al volvernos a ver llore y suspire.
Yo no quiero enlazar a mi destino
tu dulce juventud de horas tranquilas,
ni he de dar otro sol a mi camino
que los soles que guardan tus pupilas.
Enternézcame siempre tu belleza
aunque no me des nunca tus amores,
y no adornes con flores tu cabeza
pues me encelan los besos de las flores.
Siempre rubios, finísimos y bellos,
madejas de oro, en céltica guirnalda,
caigan flotando libres tus cabellos,
como un manto de reina por tu espalda.
Es cielo azul el que mi amor desea,
la flor que más me encanta es siempre hermosa,
que en tu talle gentil yo siempre vea
tu veste tropical de azul y rosa.
Mírame con tus ojos adormidos,
sonriéndote graciosa y dulcemente,
y avergüenza y maldice a mis sentidos
mostrándome el rubor sobre tu frente.
¿Yo nunca seré tuyo? ¡ay! ese día,
oscureciera al sol duelo profundo;
mas para ser feliz sobre este mundo
bástame amarte sin llamarte mía.
Juan y Margot, dos ángeles hermanos
que embellecen mi hogar con sus cariños,
se entretienen con juegos tan humanos
que parecen personas desde niños.
Mientras Juan, de tres años, es soldado
y monta en una caña endeble y hueca,
besa Margot con labios de granado
los labios de cartón de su muñeca.
Lucen los dos sus inocentes galas,
y alegres sueñan en tan dulces lazos:
él, que cruza sereno entre las balas;
ella, que arrulla un niño entre sus brazos.
Puesto al hombro el fusil de hoja de lata,
el kepis de papel sobre la frente,
alienta el niño en su inocencia grata
el orgullo viril de ser valiente.
Quizá piensa, en sus juegos infantiles,
que en este mundo que su afán recrea,
son como el suyo todos los fusiles
con que la torpe humanidad pelea.
Que pesan poco, que sin odios lucen,
que es igual el más débil al más fuerte,
y que, si se disparan, no producen
humo, fragor, consternación y muerte.
¡Oh misteriosa condición humana!
siempre lo opuesto buscas en la tierra;
ya delira Margot por ser anciana,
y Juan que vive en paz ama la guerra.
Mirándolos jugar me aflijo y callo;
¿cuál será sobre el mundo su fortuna?
Sueña el niño con armas y caballo,
la niña con velar junto a la cuna.
El uno corre de entusiasmo ciego,
la niña arrulla a su muñeca inerme,
y mientras grita el uno fuego, fuego
la otra murmura triste: duerme, duerme.
A mi lado ante juegos tan extraños
Concha, la primogénita, me mira:
¡es toda una persona de seis años
que charla, que comenta y que suspira!
¿Por qué inclina su lánguida cabeza
mientras deshoja inquieta algunas flores?
¿será la que ha heredado mi tristeza?
¿será la que comprende mis dolores?
Cuando me rindo del dolor al peso,
cuando la negra duda me avasalla,
se me cuelga del cuello, me da un beso,
se le saltan las lágrimas, y calla.
Sueltas sus trenzas claras y sedosas,
y oprimiendo mi mano entre sus manos,
parece que medita en muchas cosas
al mirar cómo juegan sus hermanos.
Margot que canta en madre transformada,
y arrulla a un hijo que jamás se queja,
ni tiene que llorar desengañada,
ni el hijo crece, ni se vuelve vieja.
Y este guerrero audaz de tres abriles
que ya se finge apuesto caballero,
no logra en sus campañas infantiles
manchar con sangre y lágrimas su acero.
¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres!
Amo tus goces, busco tus cariños;
¡cómo han de ser los sueños de los hombres,
más dulces que los sueños de los niños!
¡Oh mis hijos! No quiera la fortuna
turbar jamás vuestra inocente calma,
no dejéis ni esa espada ni esa cuna:
¡cuando son de verdad, matan el alma!
Recuerda la vez aquella:
mi labio encendido al tuyo.
la noche apacible y bella,
en cada nube una estrella,
y en cada flor un cocuyo.
Llena de rubor, de miedo,
junto de mí te veía,
y hablabas quedo, tan quedo,
que sólo yo saber puedo
lo que tu alma me decía.
Quiero olvidar, pero en vano,
ese instante soberano
de nuestra antigua pasión;
libro que dejó tu mano
escrito en mi corazón.
¡Una flor y un sol de estío!
Al calor del desvarío
abriste tu alma esa noche,
para guardar en su broche
todo el sentimiento mío.
¡Cómo olvidar que, rendida
al más amargo quebranto,
trémula, triste, afligida,
con la faz descolorida,
llenos los ojos de llanto;
Como el que al dolor resiste
como el que oculta un pesar,
alzaste el rostro, me viste,
y escuché un adios tan triste,
que no lo puedo olvidar!
Era la revelación
de una triste decepción,
de una ausencia que sería
la sombra que apagaría
los sueños del corazón.
¡Ah! ¡separarnos los dos,
cuando uno del otro en pos,
hallaba ventura y calma!...
¡Qué triste sonó en el alma!
aquella palabra: ¡Adiós!
¡Ver aislada una existencia
que se había en otra fundido;
arrebatarle su esencia;
darla una sombra la ausencia;
darle un sepulcro el olvido!
Era cual libro ignorado
nuestro sino desgraciado.
Amar, y después... sufrir,
ser un alma en el pasado,
y dos en el porvenir.
Con tu adiós dejaste mudo
al corazón que allí pudo
oírlo, sufriendo ya;
era el último saludo
del que nunca volverá.
¿Qué hice al oírte? Confieso
que tan amargo dolor
aún queda en el alma impreso.
¡Qué triste es juntar a un beso
un adiós desgarrador!
Me deslumbraba tu encanto;
al mirarnos, nuestro ser
era un astro, un fuego santo.
¡Qué triste es mirarse tanto,
para no volverse a ver!
Nada huye del pensamiento:
¡qué horrible fue aquel momento
que nos vino a separar!
Cada frase era un lamento,
cada suspiro un pesar.
Y ví cómo te alejabas,
y cómo, ingrata, dejabas
un alma donde hubo dos...
Si era verdad que me amabas,
¿por qué me dijiste adiós? Subir
MI MEJOR LAURO
Con sus seis primaveras muy ufana,
quebrando con sus pies las hojas secas,
me recitó en el campo una mañana
mi hija mayor : Fusiles y muñecas.
Repitiendo mis versos no sabía
que colmaba el mayor de mis antojos;
no me culpéis si oyéndola sentía,
lágrimas en el alma y en los ojos.
¡Bien! exclamé, mi niña me interpreta
mejor que todos aunque a nadie cuadre;
yo juzgarla creí como poeta,
y la estaba juzgando como padre.
Llegó la estrofa aquella en que la nombro
y bajando hacia el suelo la mirada,
vi de pronto ponerse, con asombro,
su faz, más que una fresa, colorada.
¿Qué tienes? pregunté, ¿por qué haces eso?
¿Por qué ya nada de tu labio escucho?
Y ella me respondió, dándome un beso:
-Me callo aquí, porque te quiero mmucho.
Nada valdrá tan cándida respuesta
para el que en altas concepciones fijo,
medir no pueda, en ocasión cual ésta,
a donde alcanza el corazón de un hijo.
Puedo deciros la verdad desnuda:
como en mis versos comprendió mi duelo,
por no hacerme sufrir quedóse muda,
por no verme llorar, miraba al suelo.
Yo, alabando el poder de su memoria,
comprendí, perdonadme lo indiscreto,
que los mejores lauros de la gloria
son los que se cosechan en secreto.
Vale más a mis ojos, siempre fijos
en la eterna verdad no en falsos nombres,
la lágrima arrancada por mis hijos
que todos los aplausos de los hombres.
Negó a mi numen su fulgor el genio,
en el drama veraz de mis dolores
el fondo de mi hogar es el proscenio
y mi padre y mis hijos los lectores.
No busco un lauro que mi frente ciña
ni pide aplausos mi laúd ingrato;
pero... ¿por qué me olvido de la niña
que suspendió turbada su relato?
Pronto volvió su faz a estar serena
y a brillar en sus labios la sonrisa,
porque el placer lo mismo que la pena
pasan sobre los niños muy de prisa.
-Tus versos voy a continuar dicienndo-
y con más firme voz soltóse hablando;
¡inocente! los dijo sonriendo
y entonces yo los escuché llorando.
Al terminar, sintiendo hecho pedazos
por el dolor mi corazón ardiente,
me interrogó cruzándose de brazos
y mirándome el rostro frente a frente.
-¡Ay! dime padre, cuando tú escribbiste
los mismos versos que de oírme acabas
¿porqué estabas mirándome tan triste?
Al mirarnos jugar ¿en qué pensabas?
y ¿por qué? -respondí- tan preguntona
¿indagas los misterios de mi lira?
-Porque soy, tú lo has dicho, una persona
que charla, que comenta y que suspira
-¡Brava razón! ¡Confórmame con esoo!
¿No eres la que, si el duelo me avasalla,
se me cuelga del cuello, me da un beso,
se le saltan las lágrimas y calla?
-¡Yo soy! ¡yo soy! me contestó orggullosa,
y haciéndome olvidar penas y agravios,
se me colgó del cuello cariñosa,
cerró sus ojos y besó mis labios.
Corrió alegre después tras otros niños
quebrando con sus pies las hojas secas
y dejándome besos y cariños
en premio de Fusiles y muñecas.
Yo tengo en el hogar un soberano,
único a quien venera el alma mía;
es su corona su cabello cano,
la honra su ley y la virtud su guía.
En lentas horas de miseria y duelo,
lleno de firme y varonil constancia,
guarda la fe con que me habló del cielo
en las horas primeras de mi infancia.
La amarga proscripción y la tristeza
en su alma abrieron incurable herida;
es un anciano, y lleva en su cabeza
el polvo del camino de la vida.
Ve del mundo las fieras tempestades,
de la suerte las horas desgraciadas,
y pasa, como Cristo el Tiberiades,
de pie sobre las ondas encrespadas.
Seca su llanto, calla sus dolores,
y sólo en el deber sus ojos fijos,
recoge espinas y derrama flores
sobre la senda que trazó a sus hijos.
Me ha dicho: "A quien es bueno, la amargura
jamás en llanto sus mejillas moja:
en el mundo la flor de la ventura
al más ligero soplo se deshoja.
"Haz el bien sin temer al sacrificio,
el hombre ha de luchar sereno y fuerte,
y halla quien odia la maldad y el vicio
un tálamo de rosas en la muerte.
"Si eres pobre confórmate y sé bueno;
si eres rico protege al desgraciado,
y lo mismo en tu hogar que en el ajeno
guarda tu honor para vivir honrado."
"Ama la libertad, libre es el hombre
y su juez más severo es la conciencia;
tanto como tu honor guarda tu nombre,
pues mi nombre y mi honor forman tu herencia".
Este código augusto, en mi alma pudo
desde que lo escuché, quedar grabado;
en todas las tormentas fue mi escudo,
de todas las borrascas me ha salvado.
Mi padre tiene en su mirar sereno
reflejo fiel de su conciencia honrada;
¡cuánto consejo cariñoso y bueno
sorprendo en el fulgor de su mirada!
La nobleza del alma es su nobleza;
la gloria del deber forma su gloria;
es pobre, pero encierra su pobreza
la página más grande de su historia.
Siendo el culto de mi alma su cariño,
la suerte quiso que al honrar su nombre,
fuera el amor que me inspiró de niño
la más sagrada inspiración del hombre.
Quiera el cielo que el canto que me inspira
siempre sus ojos con amor lo vean,
y de todos los versos de mi lira
éstos los dignos de su nombre sean.
Viendo a Garrik -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirlo le decía:
"Eres el más gracioso de la tierra,
y el más feliz...".......... Y el cómico reía.
Víctima del spleen, los altos lores
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores,
y cambiaban su spleen en carcajadas.
Una vez, ante un médico famoso
llegóse un hombre de mirar sombrío:
"Sufro -le dijo-, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío".
"Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importa mi nombre ni mi suerte.
En un eterno spleen, muriendo vivo,
y es mi única ilusión la de la muerte".
-Viajad y os distraeréis.
-¡Tanto he viajado!
-Las lecturas buscad.
-¡Tanto he leído!
-Que os ame una mujer.
-¡Si soy amado!
-Un título adquirid.
-¡Noble he nacido!
-¿Pobre seréis quizá?
-Tengo riquezas.
-¿De lisonjas gustáis?
-¡Tantas escucho...!
-¿Qué tenéis de familia?
-Mis tristezas.
-¿Vais a los cementerios?
-Mucho... mucho...
-De vuestra vida actual ¿tenéis teestigos?
-Sí, mas no dejo que me impongan yyugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos
yo les llamo a los vivos, mis verdugos.
-Me deja -agrega el médico- perpleejo
vuestro mal, y no debo acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo:
"Sólo viendo a Garrik podréis curaros".
-¿A Garrik?
-Sí, a Garrik... La más remisa >
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa,
¡tiene una gracia artística asombrosa!
-¿Y a mí me hará reír?
-¡Ah sí, os lo juro!;
él sí, nada más él, mas... ¿qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo-, ¡no me curro!
¡yo soy Garrik!... cambiadme la receta.
¡Cuántos hay que cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reir como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora, cuando el rostro ríe!
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.
Página de poemas del autor; JUAN DE DIOS PEZA, se incluyen algunos datos de su biografía.
Las poesías (algunas con audio en mp3) que contiene son: A México, anoche soñando que tu me querias, bebe, carta, cesar en casa, el cuento de Margot, en cada corazón arde una flama, este era un rey, fusiles y muñecas, mi mejor lauro, la última cita, mi padre, reir llorando.
Haga su selección sobre los botones de la izquierda.
Si desea añadir alguna poesía o autor, por favor hagalo saber por correo electronico.
Si desea mandar un audio igualmente hagalo por medio del correo electrónico, indicando nombre de quien recita.