Se reconoce que ejerció gran influencia en la literatura cubana al retomar el Romanticismo, marcando una nueva línea en la poesía hispanoamericana. En 1845 entra al colegio de José de la Luz y Caballero, donde manifiesta por primera vez su inclinación hacia la literatura. En 1846 publicó sus primeros poemas en el periódico habanero "La Prensa", en el cual llegó a ser redactor en 1849. Se vio obligado a emigrar a Nueva Orleans, Estados Unidos en 1852. Desde allí colaboró en "El correo de Louisiana", "El Independiente" y "Faro de Cuba", llevando a cabo una fuerte campaña contra el gobierno español. Luego se traslada a Nueva York y desde allí trabaja para "El Filibustero", "La Verdad" y "El Cubano". Fue condenado a muerte en La Habana en 1853 por sus actividades en contra del gobierno español, pero debido a la amnistía general es perdonado y puede regresar a Cuba al año siguiente. Desde entonces ejerció en el colegio de José de la Luz y Caballero como profesor de inglés. En 1865 regresa a Nueva York colaborando con la "Revista del Nuevo Mundo". Luego se traslada a México para trabajar en la publicación "Diario Oficial". Logra llegar a Cuba clandestinamente en 1870, y luego de una entrevista con Carlos Manuel de Céspedes, líder del alzamiento, fue apresado por las tropas españolas tratando de regresar a los Estados Unidos y fusilado
Fuente: http://es.wikipedia.org
FIDELIA
¡Bien me acuerdo! ¡Hace diez años
y era una tarde serena!
¡Yo era joven y entusiasta,
pura, hermosa y virgen ella!
Estábamos en un bosque
sentados sobre una piedra,
mirando a orillas de un río
cómo temblaban las hierbas.
¡Yo no soy el que era antes,
corazón en primavera,
llama que sube a los cielos,
alma sin culpas ni penas!
¡Tú tampoco eres la misma,
no eres ya la que tú eras;
los destinos han cambiado,
yo estoy triste y tu estás muerta!
La hablé al oído en secreto,
y ella inclinó la cabeza;
rompió a llorar como un niño,
y yo amé por vez primera.
Nos juramos fe constante,
dulce gozo y paz eterna,
y llevar al otro mundo
un amor y una creencia.
Tomamos ¡ay! por testigos
de esta entrevista suprema,
unas aguas que se agotan
y unas plantas que se secan;
nubes que pasan fugaces,
auras que rápidas vuelan,
la música de las hojas,
y el perfume de las selvas.
No consultamos entonces
nuestra suerte venidera,
y en alas de la esperanza
lanzamos finas promesas;
no vimos que en torno nuestro
se doblegaban enfermas,
sobre los débiles tallos,
las flores amarillentas;
y en aquel loco delirio,
no presumimos siquiera
que yo al fin me hallara triste,
¡que tú al fin te hallaras muerta!
Después, en tropel alegre,
vinieron bailes y fiestas,
y ella expuso a un mundo vano
su hermosura y su modestia.
La lisonja que seduce,
y el engaño que envenena,
para borrar mi memoria
quisieron besar sus huellas;
pero su arcángel custodio
bajó a cuidar su pureza,
y protegió con sus alas
las ilusiones primeras;
conservó sus ricos sueños
y, para gloria más cierta,
en el vaso de su alma
guardó el olor de las selvas,
guardó el recuerdo apacible
de aquella tarde serena;
mirra de santos consuelos,
áloe de la inocencia...
¡Yo no tuve ángel de guarda
y, para colmo de penas,
desde aquel mismo momento
está en eclipse mi estrella;
que en un estrado, una noche,
al grato son de la orquesta,
yo no sé por qué motivo
se enlutaron mis ideas;
sentí un dolor misterioso,
torné los ojos a ella,
presentí lo venidero:
me vi triste y la vi muerta!
¡Con estos temores vagos
partí a lejanas riberas,
y allá bañé mis memorias
con una lágrima acerba.
Juzgué su amor por el mío,
entibióse mi firmeza,
y en la duda del retorno,
olvidé su imagen bella.
Pero al volver a mis playas,
¿qué cosa Dios me reserva?...
¡Un duro remordimiento,
y el cadáver de Fidelia!
Baja Arturo al Occidente
bañado en púrpura regia,
y al soplar del manso Alicio
las eolias arpas suenan;
gime el ave sobre un sauce,
perezosa y soñolienta;
se respira un fresco ambiente,
huele el campo a flores nuevas;
las campanas de la tarde
saludan a las tinieblas,
y en los brazos del reposo
se tiende naturaleza...!
¡Y tus ojos se han cerrado!
¡y llegó tu noche eterna,
y he venido a acompañarte,
y ya estás bajo la tierra!...
¡Bien me acuerdo! Hace diez años
de aquella santa promesa,
y hoy vengo a cumplir mis votos,
y a verte por vez postrera.
Ya he sabido lo pasado...
supe tu amor y tus penas,
y hay una voz que me dice
que en tu alma inmortal me llevas.
Mas... lo pasado fue gloria,
pero el presente, Fidelia,
el presente es un martirio,
¡yo estoy triste y tú estás muerta! Subir
INFELICIA
De mí se acuerdan, y mi encierro lloran
desconocidos seres,
jóvenes, ¡ay!, que de entusiasmo llenas,
del sonido de un arpa se enamoran,
soñadoras mujeres
amigas de mis versos y mis penas.
¡Y tú, ni una palabra de cariño
para anunciarme que tu amor no olvida
la intimidad de nuestro afecto, cuando
era yo casi niño,
y estaba en tu horizonte despuntando
la fúlgida alborada de tu vida!
Ese es el corazón; esa la historia,
que antigua historia de aflicciones era
en aquél que se vio, siglo fecundo,
descender la paloma de la gloria;
y del santo Jordán en la ribera
bajo sus alas renacer el mundo.
Cuando tu frente, ¡oh Cristo!, ensangrentaba
la corona de espinas y de abrojos,
¿dónde estaba Jetró? ¿Do, Jesús pío,
la viuda de Naín? ¿Y dónde estaba
aquél que, abriendo a tu clamor los ojos,
salió en Betania del sepulcro frío?
Al prorrumpir en tan dolientes quejas,
tras largos, lentos, azarosos días,
para advertirme que mi mal sentiste,
finge un amigo contemplar las rejas;
y me dice que tú, llorando triste,
memorias, ¡ay!, a la prisión me envías.
¡Memorias tuyas! ¡Y llorar piadosa!,
es recordarme en horas de martirio
mis muertas horas de descanso y calma,
y hablarme de una noche deliciosa,
de un beso, una lágrima, un delirio,
de la primera convulsión de un alma.
Del baile y de emociones fatigados,
salimos al jardín a errar dichosos;
enfrente de un ciprés nos detuvimos,
y en el sabroso platicar, sentados
al pie de unos resales olorosos,
¡oh, que cosas tan dulces nos dijimos!
Tu juventud con sus brillantes galas,
la música, tu voz, el claro cielo,
la presión de tu mano,
el céfiro noctivago en sus alas
débil hurtando en perezoso vuelo
los últimos aromas del verano,
todo alentaba la pasión ardiente;
Y alarmados, mujer, nuestros sentidos,
en busca de suspiros anhelantes,
hubo una vez en que al alzar la frente
mis labios atrevidos
tocaron en tus labios palpitantes.
Tocaron nada más. Firme constancia
me prometiste, y sin temor de engaños,
nos descubrimos el pasado entero:
alegres juegos en tu fresca infancia
y un ángel hechicero
todo el querer de mis floridos años.
"Infelice de mí!" -clamaste ansiosa-.
"¡Te quiso otra mujer! ¡Oh, suerte impía!"
Y te angustiaste al escuchar su nombre;
y entonces fue la lágrima copiosa,
cuando entendiste que albergar podía
más de un amor el corazón del hombre.
Viajando libre, a su placer perdido,
mi espíritu en el éter se espaciaba
por los orbes de luz del firmamento,
y algo pálido, azul, indefinido,
las auroras eternas presagiaba
y la vida inmortal del pensamiento.
Ingenua, melancólica, sensible,
mirándome inocente,
en mí depositaste tu confianza,
y en la mar bonancible
de la plácida edad adolescente
sus áncoras lanzó nuestra esperanza.
En presencia de Dios, con un suspiro,
dejamos el ciprés y los rosales,
y al vals animador tornando luego
sentimos las esferas celestiales
que en torno nuestro en caprichoso giro
volaban en atmósfera de fuego.
Después los votos, el adiós, la cita;
y más tarde la esquela,
al cauteloso conversar a solas;
tribulaciones e ilusión marchita,
un drama, una novela,
un gran naufragio en las mundanas olas.
Para nunca, jamás, volver a verte
los hados implacables
entre nosotros dos, dando un gemido,
como abriendo los antros de la muerte,
nos abrieron abismos insondables
de soledad, separación y olvido.
Y así llegar he visto prematura
mi estación del otoño; se detienen
las aguas al helarse en las orillas,
corona ya las cumbres nieve pura,
y a todo su correr, rápidos vienen
los tiempos de las hojas amarillas.
Sé que protegen las antiguas gracias
de tus mejillas las lozanas rosas,
y que nadan en luz tus negros ojos;
sé que en tus miserias y desgracias
envidia son de vírgenes hermosas
de tu belleza espléndidos despojos.
Y sé también que acrecen con las mías
las amarguras de tus hondas penas,
y que en este fatal, terrible instante,
con sangre de tus venas
contenta y generosa comprarías
la libertad de tu primer amante.