Personaje paradójico que fue ingeniero de caminos, científico, matemático y político, pero ganó el Premio Nobel de Literatura. Escribía por dinero, según él mismo reconoció, y su estilo literario era tan denostado que cuando se le otorgó el Nobel, algunos escritores, como Unamuno, Machado, Rubén Darío y Baroja, entre otros, publicaron una nota de protesta.
En cierta ocasión, Valle Inclán necesitó una transfusión y Echegaray acudió a darle su sangre. Eran amigos, pero cada uno escribía en un periódico distinto y estaban siempre a la greña. Cuando Valle vio aparecer a don José, le dijo al médico: “De ese no quiero sangre, doctor, la tiene llena de gerundios”.
Escojo una pasión, cojo una idea,
un problema, un carácter... y lo infundo,
cual densa dinamita, en lo profundo
de un personaje que mi mente crea.
La trama al personaje le rodea
de unos cuantos muñecos, que en el mundo
o se revuelcan por el cieno inmundo,
o se calientan a la luz febea.
La mecha enciendo. El fuego se propaga,
el cartucho revienta sin remedio,
y el astro principal es quien lo paga.
Aunque a veces también en este asedio
que al Arte pongo y que al instinto halaga,
¡me coge la expresión de medio a medio!
LOS TRES CUENTOS
I
Un niño de tersa frente,
y la muerte carcomida,
en la senda de la vida
y en el borde de una fuente,
por su bien o por su mal
una mañana se hallaron
y sedientos se inclinaron
sobre el liquido cristal.
Se inclinaron y en la esfera
cristalina vi6se al punto
de un niño el rostro muy junto
a una seca calavera.
La muerte dijo ¡Qué hermoso!
¡Que horrible! -el niño pensó;
bebi6 aprisa, y se escapó
por el bosque presuroso.
II
Pasó el tiempo y cierto día
ya el sol en toda su altura,
en la misma fuente pura
bebieron en compañía,
por su bien o por su daño
la. Muerte y un hombre fuerte
la de siempre era la muerte
el hombre, el niño de antaño.
Como vióse de los dos
la imagen en el cristal
con la luz matutinal
que manda a los mundos Dios,
la del hombre áspera tez
y la imagen hosca y fiera
de su helada compañera
se pintaron esta vez
Bajo el agua limpia y fría
sus reflejos observaron:
como entonces se miraron,
se miraron todavía.
Ella dijo no se qué
señalando hacia el espejo
él murmuró: -¡Pobre viejo!
III
Cae la tarde; el sol anega
en pardas nubes su luz:
envuelta en negro capuz
medrosa la noche llega
Dos sombras van a la fuente
las dos beben a porfía
y aún no sacia el agua fría
sed atrasada y ardiente.
Se miran y no se ven;
pero pronto, por fortuna,
subirá al cielo la luna
y podrán mirarse bien
Al fin su luz transparente
el espacio iluminó,
y en espejo convirtió
los cristales de la fuente.
Y eran las sombras ideales
bajo el agua sumergidas
de tal modo parecidas,
que al partir las sombras reales
de sus destinos en pos,
o por darse mala mafia
o por confusión extraña,
cada sombra de los dos
tomó en el liquido espejo
lo primero que encontróse
y, sin notarlo, llevóse
de la otra sombra el reflejo.