Conocido también con el seudónimo de «El Cantor de América». En su poesía describe y representa a su país, el Perú. Tuvo una vida agitada, acusado de subversión, fue encarcelado a los veinte años, lo cual lo llevó a recorrer América como diplomático y aventurero; así es que se desempeñó, desde muy temprana edad, en algunas misiones diplomáticas por su país que le condujeron inicialmente a Colombia y luego a España. Fue secretario de Pancho Villa y fue colaborador del dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, lo que casi lo llevó ser fusilado en 1920 al ser derrocado éste. En 1922, en Lima el gobierno de la ciudad lo nombró poeta laureado.
Fuente: http://es.wikipedia.org
CAFE, TABACO Y CAÑA
Esta es la historia de tres princesas,
que parece una fábula de esas
en que se impone verso español...
¡Esta es la historia o el cuento de Hadas
de tres princesas enamoradas
-a un mismo tiempo las tres- del SSol!
La una es negra, de ojos ardientes
y labios rojos, en que los dientes
jáctanse de una risa cruel:
limpio azabache su carne dura,
por un milagro se hace escultura,
porque en tal carne no entra el cincel.
India es la otra, de faz cobriza,
por sobre cuya tez Se desliza
y se difunde gota de miel:
temblor de plumas le hace guirnalda
cruje haz de flechas sobre su espalda
corren tatuajes bajo su piel...
la otra es blanca como la nieve;
por sus cabellos oro llueve
sobre los hombros en plenitud.
Ella es la rubia virgen incauta:
sus labios piden sólo una flauta;
sus manos sueñan con un laúd.,.
(El Sol las llama... Las tres amantes
salen un día de sus distantes
tierras en busca del dulce bien;
y, así, la suerte juntarlas quiso
donde el Sol puso su paraíso,
en el que luego formó un harén.)
Cuando el Sol, harto ya de su noche,
saltaba a tierra, pasar la noche,
solía en juegos de tanto afán,
que al fin, tejía red de placeres,
con que, en los brazos de tres mujeres,
se iba él durmiendo como un sultán...
La amante negra entretenía
con cuentos de ardua filosofía;
la india, siempre danzando a un son;
la rubia, apenas con el hechizo
que por los labios en un carrizo
le iba fluyendo del corazón...
-Cuenta tus cuentos, amada mía.
Te los oyera yo hasta que el día
me hiciese, al cabo, volver en mi..
(El Sol le hablaba, y ella no oía.)
Responde. ¡Tu eres la poesía?
-Ella temblando murmuró: _Si...
-Baila tus bailes, mi amada bella..
Sabré con besos borrar la huella
que en mis alfombras dejen tus pies....
(el Sol corría siempre tras ella.)
¿Tu eres la danza? -Ya tu lo ves...
-Sopla el carrizo, mi bien amada.<
¿ Quien no es, si te oye, sierpe encantada?..
(El Sol la urgía con intención..)
¿Tu eres la Música? -Ella apegada
contra el carrizo, no dijo nada,
rnás siguió dándole es corazón...
Sucedió entonces que el Sol -tal quiso
volver el trópico un Paraíso-
por arte mágico hizo ante el
echar raíces a sus amantes;
y las princesas que fueron antes,
néctar se hicieron y aroma y miel...
Besó en los ojos a la de obscura faz,
e infundióle sacra locura:
la fiebre insomne del Ideal...
Su cabellera soltó ella al viento,
y a sus espaldas, en un momento.
brotó el prodigio de un cafetal...
El café lírico es la princesa
que nunca duerme y acaba presa
dentro de un grano como un coral:
el sueño quita y hace derroches
de fantasía mil y una noches,
como el bello libro oriental.
A la cobriza princesa, el fuego
del Sol un ósculo impuso luego
sobre los leves y ágiles piés ;
y retorciéndose en espirales,
se hundió ella en tierra: sus funerales
fueron ceniza y humo después...
En el tabaco duerme escondida
una princesa que huye a otra vida
entre chispazos de Intimo hogar:
sale del trágico encantamiento,
y en el velo blanco se arroja al viento,
y a paso lento rompe a bailar...
A la princesa rubia, en la frente,
por fin, besóla trémulamente
el Sol: ella hubo tanta emoción,
que clavó en tierra la flauta, en donde
desde ese instante su miel esconde
la melodía de una canción.
Caña de azúcar es soñadora
princesa, en cuyos labios ya ahora
la flauta no hace ritual papel;
mas si en obsequio de los sentidos
no da esa caña dulces sonidos,
es porque en cambio destila miel...
Una princesa borda el desvelo,
otra en su danza sacude un velo
y otra ha una torre de albo cristal.
El café iluso provoca el vuelo...
El tabaco hace mirar al cielo..
La caña triunfa sobre el panal.
Esta es la historia de tres princesas,
que parece una fábula de esas
en que se impone verso español.
Esta es la historia o el cuento de hadas
de tres princesas enamoradas
-a un mismo tiempo las. tres del SSol!
Yo apenas quiero ser humilde araña
que en torno tuyo su hilazón tejiera
y que, como explorando una montaña,
se enredase en tu misma cabellera.
Yo quiero ser gusano, hacer encaje;
dar mi capullo a las dentadas ruedas;
y así poder, en la prisión de un traje,
sentirte palpitar bajo mis sedas...
¡Y yo quiero también, cuando se exhala
toda esta fiebre que mi amor expande,
ir recorriendo la salvaje escala
desde lo más pequeño hasta lo más grande!
Yo quiero ser un árbol: darte sombra;
con las ramas, la flor, hacerte abrigo;
y con mis hojas secas una alfombra
donde te hecharas a soñar conmigo...
Yo quiero ser un río: hacer un lazo
y envolverte en las olas de mi abismo,
para poder ahogar con un abrazo
y sepultarte en el fondo de mí mismo.
Yo soy bosque sin trocha: abre el sendero,
yo soy astro sin luz: prende la tea.
Cóndor, boa, jaguar, ¡yo apenas quiero
ser lo que quieras tú, que por ti sea!
Yo quiero ser un cóndor, hacer gala
de aprisionar un rayo entre mi pico;
y así soberbio..., regalarte un ala,
¡para que te hagas de ella un abanico!
Yo quiero ser una boa: en mis membrudos
lazos ceñirte la gentil cintura;
envolver las pulseras de mis nudos;
y morirme oprimiendo tu hermosura...
Yo quiero ser caimán de los torrentes;
y de tus reinos vigilar la entrada,
mover la cola y enseñar los dientes,
como un dragón ante los pies de un hada.
Yo quiero ser jaguar de tus montañas,
arrastrarte a mi propia madriguera,
para poder abrirte las entrañas...
¡y ver si tienes corazón siquiera...!
El Ixtacíhuatl traza la figura yacente
de una mujer dormida bajo el sol.
el Popocatépetl flamea en los siglos
como una apocalíptica visión;
y estos dos volcanes solemnes
tienen una historia de amor,
digna de ser cantada en las complicaciones
de una extraordinaria canción.
Ixtacíhuatl –hace ya miles de años-
fue la princesa más parecida a una flor,
que en la tribu de los viejos caciques
del más gentil capitán se enamoró.
El padre augustamente abrió los labios
y díjole al capitán seductor
que si tornaba un día con la cabeza
del cacique enemigo clavada en su lanzón,
encontraría preparados a un tiempo mismo,
el festín de si triunfo y el lecho de su amor.
Y Popocatépetl fuese a la guerra
con esta esperanza en su corazón:
Domó las rebeldías de las selvas obstinadas,
el motín de los riscos contra su paso vencedor,
la osadía despeñada de los torrentes,
la acechanza de los pantanos en traición;
y contra cientos de soldados,
por años de años gallardamente combatió.
Al fin tornó a la tribu, y la cabeza
del cacique enemigo sangraba en su lanzón.
Halló el festín del triunfo preparado,
pero no así el lecho de su amor;
en vez del lecho encontró el túmulo
en que su novia, dormida bajo el sol,
esperaba en su frente el beso póstumo
de la boca que nunca en vida la besó.
Y Popocatépetl quebró en sus rodillas
el haz de flechas; y, en una sola voz,
conjuró las sombras de sus antepasados
contra las crueldades de su impasible Dios.
Era la vida suya, muy suya,
porque contra la muerte la ganó;
tenía el triunfo, la riqueza, el poderío,
pero no tenía el amor...
Entonces hizo que veinte mil esclavos
alzaran un gran túmulo ante el sol,
amontonó diez cumbres
en una escalinata como alucinación;
tomó en sus brazos a la mujer amada,
y él mismo sobre el túmulo la colocó;
luego, encendió una antorcha, y, para siempre
quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor.
Duerme en paz, Ixtacíhuatl; nunca los tiempos
borrarán los perfiles de tu casta expresión.
Vela en paz, Popocatépetl, nunca los huracanes
apagarán tu antorcha, eterna como el amor...
Felicidad: yo te he encontrado
más de una vez en mi camino;
pero al tender hacia ti el ruego
de mis dos manos... has huido,
dejando en ellas, solamente,
cual una dádiva, cautivo
algún mechón de tus cabellos
o algún jirón de tus vestidos...
Tanto mejor fuera no haberte
hallado nunca en mi camino.
Por ser tu dueño, siento a veces
que no soy dueño de mí mismo...
Toda esperanza es un engaño;
todo deseo es un martirio...
Felicidad: te vi de cerca;
pero no pude hablar contigo.
Ya voy sintiéndome cansado...
Cuando en la orilla del camino
me siento a ver pasar a muchos
que hacia ti vayan cuál yo he ido,
tal vez te atraiga mi reposo,
mi displicente escepticismo,
mi resignada indiferencia,
mi corazón firme y tranquilo;
y, paso a paso, a mí te acerques,
sin que yo llegue a percibirlo,
y, al fin, sentándote a mi lado,
hablarme empieces: -Buen amigo...
¿Será mejor el no buscarte?
¿Será mejor el ser altivo
en la desgracia y no sentirse
juguete vil de tus caprichos?
Yo sólo sé que cuantas veces
con más afán te he perseguido,
más fácilmente, hacia más lejos,
más desdeñosa, huir te he visto.
Yo sólo sé que cuantas veces
tornó perfil un sueño mío,
Felicidad, te vi de cerca,
pero no pude hablar contigo...
Este era un Inca triste de soñadora frente,
ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel,
que recorrió su imperio buscando inútilmente
a una doncella hermosa y enamorada de él.
Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero,
puso a su tropa en marcha y el broquel requirió:
fue dejando despojos sobre cada sendero,
y las nieves más altas con su sangre manchó.
Tal sus flechas cruzaron invioladas regiones,
en que apenas los ríos se atrevían a entrar,
y tal fue derramando sus heroicas legiones,
de la selva a los Andes, de los Andes al mar.
Fue gastando las flechas que tenía en su aljaba,
una vez y otra y otra, de región en región;
por que cuando salía victorioso lograba
levantar la cabeza, pero no el corazón.
Y cansado de sólo levantar la cabeza,
celebró bailes magnos y banquetes sin fin;
pero no logró nada disipar su tristeza,
ni la sangre del choque, ni el licor del festín.
Nadie entraba en el fondo de su espíritu oculto,
ni sus cándidas ñustas de dinástico rol.
Ni las sires de Quito consagradas al culto,
ni del Cuzco tampoco las bestales del sol.
Fue llamado el más viejo sacerdote. Adivina
este mal que me queja y el remedio del mal,
dijo al gran sacerdote, con voz trémula y fina,
aquel joven monarca displicente y sensual,
“¡ hay ¡ señor... dijo el viejo sacerdote... tus penas
remediarse no pueden. Tu pasión es mortal.
La mujer que has ideado tiene añil en las venas,
un trigal en los bucles y en la boca un coral.”
¡ hay ¡ señor: cierto día vendrán hombres muy blancos
ha de oírse en los bosques el marcial caracol,
cataratas de sangre colmarán los barrancos;
y entrarán otros dioses en el templo del sol.
La mujer que has ideado, pertenece a tal raza,
vanamente la buscas en tu innúmera grey;
Y servirte no pueden oración ni amenaza,
por que tiene otra sangre, otro dios y otro rey.
Cuando el rito sagrado le mandó, optar esposa,
hizo astillas el cetro con vibrante dolor;
y aquel joven monarca se enterró en una fosa,
y pensando en la rubia fue muriendo de amor.
Castellana: Tú ignoras todo el mal queme has hecho.
Castellana. Recuerda que nací en el Perú.
La tristeza del Inca va llenando mi pecho;
Y quién sabe... quién sabe si la rubia eres tú
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos y sus ancas
relucientes y sus cascos musicales...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
¡No! No han sido los guerreros solamente,
de corazas y penachos y tizonas y estandartes,
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes:
Los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes,
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles.
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Un caballo fue el primero,
en los tórridos manglares,
cuando el grupo de Balboa caminaba
despertando las dormidas soledades,
que de pronto dio el aviso
del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire
al olfato le trajeron
las salinas humedades;
y el caballo de Quesada, que en la cumbre
se detuvo viendo, en lo hondo de los valles,
el fuetazo de un torrente
como el gesto de una cólera salvaje,
saludo con un relincho
la sabana interminable...
y bajó con fácil trote,
los peldaños de los Andes,
cual por unas milenarias escaleras
que crujían bajo el golpe de los cascos musicales...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Y aquel otro, de ancho tórax,
que la testa pone en alto
cual queriendo ser más grande,
en que Hernán Cortés un día
caballero sobre estribos rutilantes,
desde México hasta Honduras
mide leguas y semanas entre rocas y boscajes,
es más digno de los lauros
que los potros que galopan
en los cánticos triunfales
con que Píndaro celebra
las olímpicas disputas
entre el vuelo de los carros y la fuga de los aires
Y es más digno todavía
de las odas inmortales
el caballo con que Soto, diestramente,
y tejiendo las cabriolas como él sabe,
causa asombro, pone espanto, roba fuerzas,
y entre el coro de los indios,
sin que nadie haga un gesto de reproche,
llega al trono de Atahualpa y salpica con espumas
las insignias imperiales.
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
El caballo del beduino
que se traga soledades.
El caballo milagroso de San Jorge,
que tritura con sus cascos los dragones infernales.
El de César en las Galias.
El de Aníbal en los Alpes.
El Centauro de las clásicas leyendas,
mitad potro, mitad hombre,
que galopa sin cansarse,
y que sueña sin dormirse,
y que flecha los luceros,
y que corre como el aire,
todos tienen menos alma, menos fuerza, menos sangre,
que los épicos caballos andaluces
en las tierras de la Atlántida salvaje,
soportando las fatigas,
las espuelas y las hambres,
bajo el peso de las férreas armaduras,
cual desfile de heroísmos,
coronados entre el fleco de los anchos estandartes
con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante.
En mitad de los fragores del combate,
los caballos con sus pechos arrollaban
a los indios, y seguían adelante.
Y, así, a veces, a los gritos de "¡Santiago!",
entre el humo y e fulgor de los metales,
se veía que pasaba, como un sueño,
el caballo del apóstol a galope por los aires
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Se diría una epopeya
de caballos singulares
que a manera de hipogrifos desolados
o cual río que se cuelga de los Andes,
llegan todos sudorosos, empolvados, jadeantes,
de unas tierras nunca vistas,
a otras tierras conquistables.
Y de súbito, espantados por un cuerno
que se hincha con soplido de huracanes,
dan nerviosos un soplido tan profundo,
que parece que quisiera perpetuarse.
Y en las pampas y confines
ven las tristes lejanías
y remontan las edades
y se sienten atraídos
por los nuevos horizontes:
Se aglomeran, piafan, soplan, y se pierden al escape.
Detrás de ellos, una nube,
que es la nube de la gloria,
se levanta por los aires.
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Hace ya diez años
que recorro el mundo.
¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!
Quien vive de prisa no vive de veras:
quien no hecha raíces no puede dar frutos.
Ser río que corre, ser nube que pasa,
sin dejar recuerdos ni rastro ninguno,
es triste, y más triste para el que se siente
nube en lo elevado, río en lo profundo.
Quisiera ser árbol, mejor que ser ave,
quisiera ser leño, mejor que ser humo,
y al viaje que cansa
prefiero el terruño:
la ciudad nativa con sus campanarios,
arcaicos balcones, portales vetustos
y calles estrechas, como si las casas
tampoco quisiesen separarse mucho...
Estoy en la orilla
de un sendero abrupto.
Miro la serpiente de la carretera
que en cada montaña da vueltas a un nudo;
y entonces comprendo que el camino es largo,
que el terreno es brusco,
que la cuesta es ardua,
que el paisaje mustio...
¡Señor!, ya me canso de viajar, ya siento
nostalgia, ya ansío descansar muy junto
de los míos... Todos rodearán mi asiento
para que les diga mis penas y triunfos;
y yo, a la manera del que recorriera
un álbum de cromos, contaré con gusto
las mil y una noches de mis aventuras
y acabaré con esta frase de infortunio:
Anforas de cristal, airosas galas
de enigmáticas formas sorprendentes,
diademas propias de apolíneas frentes,
adornos dignos de fastuosas salas.
En los nudos de un tronco hacen escalas;
y ensortijan sus tallos de serpientes,
hasta quedar en la altitud pendientes,
a manera de pájaros sin alas.
Tristes como cabezas pensativas,
brotan ellas, sin torpes ligaduras
de tirana raíz, libres y altivas;
porque también, con lo mezquino en guerra,
quieren vivir, como las almas puras,
sin un solo contacto con la tierra.
QUIEN SABE
Indio que asomas a la puerta
de esa tu rústica mansión:
¿Para mi sed no tienes agua?
¿Para mi frío cobertor?
¿Parco maíz para mi hambre?
¿Para mi sueño, mal rincón?
¿Breve quietud para mi andanza?
-¡Quién sabe, señor!
Indio que labras con fatiga
tierras que de otro dueño son:
¿Ignoras tú que deben tuyas
ser por tu sangre y tu sudor?
¿Ignoras tú que audaz codicia
siglos atrás te las quitó?
¿Ignoras tú que eres el amo?
-¡Quién sabe, señor!
Indio de frente taciturna
y de pupilas de fulgor:
¿Qué pensamiento es el que escondes
en tu enigmática expresión?
¿Qué es lo que buscas en tu vida?
¿Qué es lo que imploras a tu dios?
¿Qué es lo que sueña tu silencio?
-¡Quién sabe, señor!
¡Oh, raza antigua y misteriosa,
de impenetrable corazón,
que sin gozar ves la alegría
y sin sufrir ves el dolor:
eres augusta como el Ande,
el Grande Océano y el Sol!
Ese tu gesto que parece
como de vil resignación,
es de una sabia indiferencia
y de un orgullo sin rencor...
Corre por mis venas sangre tuya,
y, por tal sangre, si mi Dios
me interrogase qué prefiero
-cruz o laurel, espina o flor, >
beso que apague mis suspiros
o hiel que colme mi canción-,
responderíale diciendo:
-¡Quién sabe, señor!
Página de poemas del autor; JOSE SANTOS CHOCANO GASTAÑODI, se incluyen algunos datos de su biografía.
Las poesías (algunas con audio en mp3) que contiene son: Cafe, tabaco y caña, el amor de las selvas, el idilio de los volcanes, el romance de la felicidad, la tristeza del inca, los caballos de los conquistadores, nostalgia, orquideas, quién sabe.
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