Poeta y político mexicano. Nacio en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas un 25 de marzo, murio en Ciudad de México un 19 de marzo, a causa de cancer a la edad de 72 años. Sus primeros pasos por la poesía fueron "Instrospección", "A mi madre", "Siento que te pierdo" y "Primaveral". Sabines era conocido como "El francotirador de la literatura" por pertenecer a un grupo que transformaba la literatura en realidad. Sus escritos se basaron en su presencia en diversos lugares cotidianos como la calle, hospitales, patios, etcétera.
Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.
Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.
Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.
Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.
Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.
Digo que no puede decirse el amor.
El amor se come como un pan,
se muerde como un labio,
se bebe como un manantial.
El amor se llora como a un muerto,
se goza como un disfraz.
El amor duele como un callo,
aturde como un panal,
y es sabroso como la uva de cera
y como la vida es mortal.
El amor no se dice con nada,
ni con palabras ni con callar.
Trata de decirlo el aire
y lo está ensayando el mar.
Pero el amante lo tiene prendido,
untado en la sangre lunar,
y el amor es igual que una brasa
y una espiga de sal.
La mano de un manco lo puede tocar,
la lengua de un mudo, los ojos de un ciego,
decir y mirar.
El amor no tiene remedio
y sólo quiere jugar.
El diablo y yo nos entendemos
como dos viejos amigos.
A veces se hace mi sombra,
va a todas partes conmigo.
Se me trepa a la nariz
y me la muerde
y la quiebra con sus dientes finos.
Cuando estoy en la ventana
me dice ¡brinca!
detrás del oído.
Aquí en la cama se acuesta
a mis pies como un niño
y me ilumina el insomnio
con luces de artificio.
Nunca se está quieto.
Anda como un maldito,
como un loco, adivinando
cosas que no me digo.
Quién sabe qué gotas pone
en mis ojos, que me miro
a veces cara de diablo
cuando estoy distraído.
De vez en cuando me toma
los dedos mientas escribo.
Es raro y simple. Parece
a veces arrepentido.
El pobre no sabe nada
de sí mismo.
Cuando soy santo me pongo
a murmurarle al oído
y lo mareo y me desquito.
Pero después de todo
somos amigos
y tiene una ternura como un membrillo
y se siente solo el pobrecito
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte,
de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las
prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo,
abstinencia, soledad.
¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No
es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se
puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado
sobre la tierra y se les puede prender fuego.
Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado.
Y también el silencio. Porque las mejores palabras del
amor están entre dos gentes que no se dicen nada.
Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo
del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero
cuando digo: "qué calor hace", "dame agua",
"¿sabes manejar?", "se hizo de noche"...Entre las gentes,
a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde",
y tú sabías que decía "te quiero".)
Una semana más para reunir todo el amor del tiempo.
Para dártelo. Para que hagas con él lo que tú quieras:
guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve,
es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas.
Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio
para entrar a un panteón.
La cojita está embarazada
se mueve trabajosamente,
pero qué dulce mirada
mira de frente.
Se le agrandaron sus ojos
como si su niño
también le creciera en ellos
pequeño y limpio.
A veces se queda viendo
quién sabe qué cosas
que en sus ojos blancos
se le vuelven rosas.
Anda entre toda la gente
trabajosamente.
No puede disimular,
pero, apunto de llorar,
la cojita, de repente,
se mira el vientre
y ríe. Y ríe la gente.
La cojita está embarazada
ahorita está en su balcón
y yo creo que se alegra
cantándose una canción:
"cojita del pie derecho
y también del corazón"..
La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.
La procesión del entierro en las calles de la ciudad
es ominosamente patética. Detrás del carro que lleva el
cadáver, va el autobús, o los autobuses negros, con los
dolientes, familiares y amigos. Las dos o tres personas
llorosas, a quienes de verdad les duele, son ultrajadas
por los cláxones vecinos, por los gritos de los voceadores,
por las risas de los transeúntes, por la terrible indiferencia
del mundo. La carroza avanza, se detiene, acelera de nuevo,
y uno piensa que hasta los muertos tienen que respetar las
señales de tránsito. Es un entierro urbano, decente y expedito.
No tiene la solemnidad ni la ternura del entierro en provincia.
Una vez vi a un campesino llevando sobre los hombros una
caja pequeña y blanca. Era una niña, tal vez su hija. Detrás de
él no iba nadie, ni siquiera una de esas vecinas que se echan el
rebozo sobre la cara y se ponen serias, como si pensaran en la
muerte. El campesino iba solo, a media calle, apretado el sombrero
con una de las manos sobre la caja blanca. Al llegar al centro de
la población iban cuatro carros detrás de él, cuatro carros de
desconocidos que no se habían atrevido a pasarlo.
Es claro que no quiero que me entierren. Pero si algún día ha
de ser, prefiero que me encierren en el sótano de la casa, a ir
muerto por estas calles de Dios sin que nadie se dé cuenta de mí.
Porque si amo profundamente esta maravillosa indiferencia del mundo
hacia mi vida, deseo también fervorosamente que mi cadáver sea
respetado.
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.
Me encanta Dios, es un viejo magnifico que no se toma en serio, a él, le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente, pero esto sucede por que es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.
Nos ha enviado algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o a mí tía chofi, para que nos digan que nos portemos bien.
Pero esto a él no le preocupa mucho........ nos conoce, sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga a el hombre, y por eso invento la muerte: para que la vida ----no tú, ni yo--- la vida sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del bingbang,...... pero que importa si el universo se expande interminablemente o se contrae??? Esto es asunto solo para agencias de viajes.
A mí, me encanta Dios, ha puesto orden en las galaxias, y distribuye bien el transito en el camino de las hormigas, y es tan juguetón y travieso, que el otro día descubrí que ha hecho, frente al ataque de los antibióticos, ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio, o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo, de carne y hueso, hace campos de flores o pinta al cielo de manera increíble. Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, queda en las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres, pero esto es mentira, es la tierra que cambia -y se agita y crece,- cuando Dios se aleja.
Dios siempre está de buen humor, por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.
Voz de Rocio Brauer
NO QUIERO CONVENCER A NADIE, DE NADA
No quiero convencer a nadie de nada. Tratar de
convencer a otra persona es indecoroso, es atentar contra
su libertad de pensar o creer o de hacer lo que le dé la
gana. Yo quiero sólo enseñar, dar a conocer, mostrar, no
demostrar. Que cada uno llegue a la verdad por sus propios
pasos, y que nadie le llame equivocado o limitado. (¡Quién
es quién para decir "esto es así", si la historia de la
humanidad no es más que una historia de contradicciones y
de tanteos y de búsquedas?)
Si a alguien he de convencer algún día, ese alguien ha de
ser yo mismo. Convencerme de que no vale la pena llorar, ni
afligirse, ni pensar en la muerte. "La vejez, la enfermedad
y la muerte", de Buda, no son más que la muerte, y la muerte
es inevitable. Tan inevitable como el nacimiento.
Lo bueno es vivir del mejor modo posible. Peleando, lastimando,
acariciando, soñando. (¡Pero siempre se vive del mejor modo
posible!)
Mientras yo no pueda respirar bajo el agua, o volar (pero de
verdad volar, yo solo, con mis brazos), tendrá que gustarme
caminar sobre la tierra, y ser hombre, no pez ni ave.
No tengo ningún deseo que me digan que la luna es diferente
a mis sueños.
Te desnudas igual que si estuvieras sola
y de pronto descubres que estás conmigo.
¡Cómo te quiero entonces
entre las sábanas y el frío!
Te pones a flirtearme como a un desconocido
y yo te hago la corte ceremonioso y tibio.
Pienso que soy tu esposo
y que me engañas conmigo.
¡Y como nos queremos entonces en la risa
de hallarnos solos en el amor prohibido!
(Después, cuando pasó, te tengo miedo
y siento un escalofrío.)
TE QUIERO A LAS DIEZ DE LA MAÑANA
Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
Tu cuerpo está a mi lado
fácil, dulce, callado.
Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
con los ojos cerrados
y yo te miro y fumo
y acaricio tu pelo enamorado.
Esta mortal ternura con que callo
te está abrazando a ti mientras yo tengo
inmóviles mis brazos.
Miro mi cuerpo, el muslo
en que descansa tu cansancio,
tu blando seno oculto y apretado
y el bajo y suave respirar de tu vientre
sin mis labios.
Te digo a media voz
cosas que invento a cada rato
y me pongo de veras triste y solo
y te beso como si fueras tu retrato.
Tú, sin hablar, me miras
y te aprietas a mí y haces tu llanto
sin lágrimas, sin ojos, sin espanto.
Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas
se ponen a escuchar lo que no hablamos.
Página de poemas del autor; JAIME SABINES GUTIERREZ, se incluyen algunos datos de su biografía.
Las poesías (algunas con audio en mp3) que contiene son: Amor mío, mi amor, amor hallado, digo que no puede decirse el amor, el diablo y yo nos entendemos, espero curarme de tí, la cojita esta embarazada, la luna, la procesión del entierro, los amorosos, me encanta Dios, no quiero convencer a nadie de nada, te desnudas igual, te quiero a las diez, tu cuerpo esta a mi lado.
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