I
Era aquel tiempo de luto
En que un grito resonaba,
Desde el palacio a las chozas
Desde el llano a las montañas,
Grito sangriento, terrible,
Grito de guerra y venganza!
Era aquel tiempo de luto
En que osado profanaba
nuestro suelo bendecido
El invasor con su planta;
El tiempo en que en los hogares,
Mientras que la madre anciana
Y los hijos y la esposa
Sin luz y sin pan lloraban,
Los hombres se despedían
Clamando guerra y venganza¡
El tiempo en que dos banderas
flotaban ensangrentadas,
Una diciendo conquista,
Y la otra derecho y patria;
Cuando insepultos los muertos
Nuestro ambiente envenenaban,
Y entre el horror del incendio,
Del pillaje y la matanza,
Del hambre y congoja llorando,
En calles, templos y plazas,
Hombres, mujeres y niños
Clamaban guerra y venganza!
II
Como la nube que estalla
Con siniestro resplandor,
Y se desata en torrentes
Y nubla la luz del sol,
Así por nuestras campiñas
De guerra al ronco clamor,
Oscureció nuestro cielo
La nube de la invasión,
Y entre cenizas y muertos
Su marcha triunfal abrió,
Y vino a estrellarse un día
A los pies de ese peñón,
Y en reemplazo de los hombres
Que la muerte se llevó
A defenderlo se alzaba
Un anciano, vencedor,
Al por qué de sus contrarios,
De su propio corazón,
Era Bravo, su destino
Por compañeros le dio,
Niños que no habían probado
El primer besos de amor!...
Cruzan el cielo las bombas,
Cruje el castillo, el cañón
Por los ámbitos anuncia
Con ronca y siniestra voz,
Que van a morir los hombres
Que avanza ya la invasión,
Y por tres veces seguidas
Detuvieron su furor
Los soldados del derecho,
A los pies de ese peñón!
III
Vano fue su valor, su esfuerzo inútil,
Volvió a la carga el invasor sangriento,
Y la victoria nos volvió la espalda,
Y se tornó nuestra ilusión en duelo.
Sobre esos muros débiles, trepando
Ebrios de sangre y de conquistas ebrios
Los invasores, sus sangrientas armas
Con débiles infantes los midieron,
Y los niños también, como los hombres
Por la patria también, morir supieron.
¡Día de gloria fue, sublima día¡
En medio del dolor y los lamentos
De la madre infeliz, entre el pillaje
Y de la guerra entre el fragor siniestro,
Lo que nunca se vence, la conciencia
De la historia inmortal a cuyo acento
Se humillan vencedores y vencidos,
Se doblan reyes y se postran pueblos,
En sus anales escribió indignada:
-“Vencedores no son los que el derrecho
Violan así, los que sus armas férreas
Con niños y con débiles midieron”.
Y fue nuestra derrota nuestro triunfo,
Nuestra gloria de muerte, y nuestro templo
Las tumbas de esos niños que en esa hora
A la patria de escudo sirvieron!
IV
Así el invasor osado
A pesar de su altivez,
Por cada palmo de tierra
Nos entregaba un laurel,
Por nuestra justicia fuertes
Y fuertes por nuestra fe,
No cedimos un instante
Ante la invasora grey
¡Y hoy en tu bosque sagrado
Encierras, Chapultepec,
Un monumento de gloria
Bajo de cada ciprés!
Desde el grito de Dolores
eran dos lustros pasados,
y sólo un hombre luchaba
contra el poder del tirano;
un hombre cuyas acciones,
cuyo civismo plecaro,
cuyo valor y virtudes
fama eterna conquistaron,
El guardó por largo tiempo
el patriotismo sagrado
y del honor insurgente
el sagrado fuego intacto,
De la sierra a las ciudades,
de los montes a los llanos,
iban al frente de sus tropas
y de Guerrero ante el hombre
se asustaban los contrarios
como se asustaban los tigres
con el estruendo del rayo,
Más, un día memorable
de la crueldad en los fastos,
de su valor y constancia
quiso vengarse el tirano,
a su hija inocente y pura,
y a su esposa encarcelando
para ver si así domaba
su noble pecho esforzado;
y no poder abatirlo
ni con penas ni con llanto,
ni con viles represalias
ni con arteros engaños,
le ofreció riqueza, honores,
y aun quiso por sarcasmo,
que el padre del héroe fuera.
de aquel indulto emisario.
Explicar es imposible
en ningún lenguaje humano
los tormentos y las dudas
que su pecho desgarraron,
al ver que su mismo padre
le suplicaba llorando,
que traicionase a su patria
que marchitara sus lauros;
mas era su alma de bronce,
de aquellas que proclamaron
que es preferible la muerte
a la paz de los tiranos.
“Padre, mi padre _le dijo
con acento sofocado,
mientras el filial ternura
besábale frente y manos_.
Que sacrifiquen en buena hora
el déspota sanguinario,
para calmar su despecho,
los seres a quien amo.
Cada lágrima que viertan
en ese martirio santo,
la vengaré con los combates
con sangre de sus soldados,
pero no logrará nunca
que ante su yugo nefando
humille mi altiva frente
ni se humedezcan mis labios.
¡Libertad, Independencia,
me veras siempre clamando,
mientras tenga por baluarte
estos altivos peñascos;
hasta que cumplido sea
mi juramento sagrado,
o me conduzca el destino
a morir en un cadalso”.
Y estrechándome en su seno
sus sollozos acallando,
y conteniendo su pena,
se despidió del anciano.
Largo tiempo todavía
después del postrer abrazo,
estuvo el guerrero ilustre
a su padre contemplando.
Y cuando le vio perderse
tras el último barranco,
camino de la montaña
se fue triste y cabizbajo Subir
SONETO (A Manuel Puga y Acal.).
Abierta la chillante vestidura,
revele al cabo la virtud que dices;
¿no llevas en tus carnes cicatrices
de los combates de tu vida impura?
La mano aparta que con torpe usura
el precio cuenta puesto á tus deslices;
no más con tu rodar escandalices;
marchita está la flor de tu ternura.
Lloraba Magdalena, é indulgente,
en su inmensa bondad el Nazareno,
perdonó á la contrita penitente:
tú no sabes llorar, tu rosto miente;
ni eres tú Magdalena, ni yo el Bueno:
arroja, pues, tu máscara impudente!
Florencia, 1879.
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