Canto a la madre de familia
tan mujer de su casa la pobre,
tan gris por todos lados,
tan oveja por dentro
aunque suele gritar con los chiquillos.
Canto a sus manos suaves de lejía
los lunes y los martes,
los miércoles y jueves picadas por la aguja,
quemadas cada viernes por la plancha,
ungidas por el ajo y la cebolla.
(El sábado es un día extraordinario:
limpieza de cocina, compra doble,
y hacia las seis, barniz sobre las uñas
para salir a un cine baratito
del brazo del esposo.)
Canto a la madre de familia
a las ocho de la mañana
distribuyendo cautamente
la leche azul del desayuno
en los tazones de asa rota.
(Para Juanín que tanto crece
hay que poner la mejor parte.)
Canto a la madre de familia
que era tan linda hace quince años,
que ahora se ríe (un poco triste)
con los consejos de belleza.
(Dedique usted todos los días
un cuarto de hora a su cabello.)
Canto a la madre de familia
que suma y suma equivocándose,
cincuenta y siete y llevo cinco...
por se han ido veinte duros
y sin pagar al carbonero.
Canto a la madre de familia
que al acostarse por la noche
nunca termina un rosario.
(Lolita sigue tan flacucha,
Juanito tuvo malas notas,
el nene va lo que se dice
con el culito al aire.)
Canto a la madre de familia
cuando se duerme tan cansada
que un ángel blanco y bondadoso
baja en secreto y la conforta.
Poeta española nacida en Bilbao. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, siendo Catedrática de Lengua y Literatura en los Institutos de Huelva, Alcoy y Murcia, y trabajando en la Biblioteca Nacional. Junto a Blas de Otero y Gabriel Celaya, formó parte del Triunvirato Vasco de la poesía de posguerra. Al finalizar la guerra civil española se exilió a México. Es autora de los libros de poemas, Mujer de barro (1948), Soria pura (1949), Vencida por el ángel (1950), El grito inútil (1952), Víspera de la vida (1953), Los días duros (1953), Belleza cruel (1953) y Toco la tierra. Letanías (1962).
Yo pasaré y apenas habré sido,
-frágil destino de mi pobre arcillla-.
Hijo, cuando yo no exista,
tú serás mi carne, viva.
Verso, cuando yo no hable,
tú, mi palabra inextinta.
NADIE SABE
Abre tus ojos anchos al asombro
cada mañana nueva y acompasa
en místico silencio tu latido
porque un día comienza su voluta
y nadie sabe nada de los días
que se nos dan y luego se deshacen
en polvo y sombra. Nadie sabe nada.
Pisa la tierra. Vierte la simiente.
Coge la flor y el fruto. Sin palabras.
Pues nadie sabe nada de la tierra
muda y fecunda que, en silencio, brota,
y nadie sabe nada de las flores
ni de los frutos ebrios de dulzura.
Mira la llamarada de los árboles
irguiéndose en lo azul. Contempla, toca
la piedra inmóvil de alma intraducible
y el agua sin contornos que camina
por sus trazados cauces ignorándolos.
Sueña sobre ellos. Sueña. Sin decirlo.
Pues nadie sabe nada de los árboles
ni de la piedra ni del agua en fuga.
Mira las aves, altas, desprendidas,
rayando el sol a golpe de sus alas.
Toma del aire el trino y el gorjeo,
pero no quieras traducir su ritmo,
pues nadie sabe nada de los pájaros.
Mira la estrella. Vuela hasta su altura.
Toma su luz y enciéndete la frente,
pero no inquieras su remoto arcano
pues nadie sabe nada de la estrella.
Besa los labios y los ojos. Goza
la carne del amante sazonada
secretamente para ti. Acomete
con decisión humilde la tarea
del imperioso instinto. Crece y ama.
Mas nada digas del tremendo rito
pues nadie sabe nada de los besos,
ni del amor ni del placer ni entiende
la ruda sacudida que nos pone
el hijo concluido entre los brazos.
Clama sin gritos. Llora sin estruendo.
Cierra las fauces del dolor oscuro,
pues nadie sabe nada de las lágrimas.
Vete a hurtadillas con discreto paso.
Traspasa quedamente la frontera,
pues nadie sabe nada de la muerte.
No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.
No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.
No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.
No quiero
que el labriego trabaje sin agua
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.
No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.
No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los trajes se pongan señales.
No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles
que jamás se fabriquen fusiles.
No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es poesía.
No quiero amar en secreto,
llorar en secreto
cantar en secreto.
No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO...